Hoy, Dios sigue recorriendo las plazas, y nosotros estamos invitados a la cena salvadora de Dios, a las bodas del hijo del rey, a la mesa pascual. La humanidad imperfecta, coja, lisiada, ciega, es esa humanidad a la que Dios invita a las bodas, no una humanidad ideal. La alegría será tan grande como el asombro de encontrarnos en la sala de bodas, pese a nuestros defectos y miserias.
Para el cristiano, la vida de Jesús es la norma. El amor se convierte en servicio. Y la Iglesia, formada por cojos, lisiados, pobres y débiles, participa en el servicio de su Maestro. Sabe que su existencia es un regalo de la gracia y que ha sido creada para la comunión con Dios. Cuando vive en la humildad del servicio desinteresado, cueste lo que cueste, como el Hijo Único, sabe que participa ya en la victoria pascual.