El misterio de la existencia humana solo se puede comprender plenamente a la luz del misterio de Cristo. El enigma de nuestra muerte se ilumina a través de la muerte de Cristo, que asumió libremente por nuestra salvación. Su resurrección gloriosa anticipa nuestra propia resurrección. San Pablo nos interroga: “¿Dónde está, muerte, tu victoria? ¿Dónde tu aguijón?”
La verdadera y definitiva salvación que Dios nos ofrece es eterna y se completa al final de nuestro camino; porque “la vida no termina, se transforma” a través de nuestra participación en la resurrección de Jesucristo. Dios es un Dios de vida y de vivos, no un Dios de muerte.