No podemos quedarnos tranquilos desentendiéndonos de nuestra responsabilidad en la realización del Reino y descansando en quienes tienen autoridad para llevarlo a cabo. Tampoco podemos despreocuparnos de cada día de nuestra vida, esperando que la autoridad de turno haga todo bien.
En el pueblo de Dios todos tenemos una dignidad común, y cada uno de nosotros tiene su responsabilidad; todos daremos cuenta a Dios de nuestro cumplimiento. El poder no garantiza eficacia ni verdad, y mucho menos asegura el triunfo. El único y verdadero triunfo se logra en la fidelidad al amor y a la verdad.
ORANDO CON LA PALABRA
