Jesús desea que su fuego esté ardiendo. Con esta frase se dirige a Jerusalén y ahora a nosotros, invitándonos a pasar la prueba del fuego. El amor es pasión.
La Iglesia necesita encenderse en el fuego del amor y aceptar ser bautizada en la muerte para proclamar la resurrección. Este fue el camino del Cristo y es el camino que deberá seguir la Iglesia si quiere ser fiel a su Señor.
Cuando se prende el fuego, se corre el riesgo de perder el control si sopla el viento. La Iglesia, que se anima con su Señor al bautismo del fuego, no podrá poner trabas al soplo del Espíritu. La Iglesia que se deja poseer por la palabra revela la desmesura del amor de Cristo y se convierte en portadora de ese mismo amor que es el único que salva.