El milagro físico tiene verdadero significado si interpela a la persona del testigo. Por eso, la mayoría de los milagros piden la conversión interior y la fe; la solicitan, pero no la otorgan. El verdadero creyente no pide signos exteriores, porque en la persona misma de Jesús descubre la presencia y la intervención discreta de Dios.
La vida, obra y muerte de Jesús a manos de los hombres es la señal que debe ser aceptada. Es el Dios que, aparentemente, fracasa en la persona de Jesús. Es el Dios que muere en Jesús, pero resucita al tercer día. Es el Dios que, en Jesús y por Jesús, comparte la suerte de los abandonados, los pobres y los despreciados de la historia. La señal no es una acción arbitraria y portentosa, porque Dios no violenta la historia. En el crucificado habrá que descubrir al resucitado. No hay fe fuera del misterio de la muerte y resurrección del enviado. Los cristianos seguimos al resucitado por el camino del crucificado.