Necesitamos, a través de la contemplación, ver más allá de la dura realidad humana y descubrir la imposible novedad pascual y la otra cara de las cosas. Una Iglesia que solo se preocupa por muchas cosas puede transformarse en una empresa en cadena, donde todo está programado y donde todo irá bien, pero no habrá novedad ni fiesta.
Una Iglesia que no pasa del estar con el Señor a la acción comprometida vive alienada de la historia: no ha contemplado al Señor, simplemente lo ha mirado. Para cumplir verdaderamente nuestra misión, necesitamos primero ser discípulos “a los pies del Señor”. De este modo, nuestra acción en el mundo no será solo un conjunto de actividades en favor de un proyecto, sino una forma de hacer crecer la presencia de Dios, su Reino, entre los hombres.