El Buen Samaritano es Cristo, en quien Dios se acerca al hombre herido y lo carga sobre sí para sanar sus heridas. Mientras este hombre bajaba de Jerusalén a Jericó, Jesús hará el camino inverso: irá a Jerusalén, y allí será el samaritano herido, porque la compasión lo llevará a cargar nuestras heridas. En Jesús, colgado al borde del camino y abandonado, de quien todos se apartan, Dios muestra su rostro de misericordia y amor universal.
El amor al prójimo surge de la compasión y nos impulsa a actuar como lo hizo el samaritano.
La salvación se encuentra en un corazón capaz de compadecerse, porque la misericordia es el corazón de Dios.