A veces aceptamos solo una parte del mensaje, adaptándolo a nuestras conveniencias y negando aquello que nos resulta arduo o confronta nuestros intereses. Este rechazo no siempre es explícito, pero sí práctico, al ignorar los aspectos más comprometidos y exigentes del evangelio.
Esto también ocurre a nivel institucional. Nos aferramos a costumbres, tradiciones y dogmas, cerrándonos a la acción novedosa del Espíritu, empobreciendo las posibilidades de enriquecimiento del mensaje. Nos creemos poseedores de una verdad inmutable, ignorando la posibilidad de que otros puedan aportar algo valioso. Nos conformamos con repetir sin llegar a la esencia de la vida, sin dejarnos transformar por la novedad que trae Jesús.
La conversión es un trabajo continuo, y es el camino por el cual Dios recreará tanto a nosotros como a su Iglesia.