Dios no depende de nosotros para ser Dios, pero sí para ser conocido y acogido. Pero esto no se hace con imposiciones o agresividad, sino con la sencillez de una vela puesta en el candelero, que, sin mucho alboroto pero con seguridad, alumbra a todos los que estén en la casa.
Se renueva la invitación de Jesús para ser luz en nuestro mundo y en nuestro tiempo, oscurecidos por el odio y la violencia sin sentido, por la falta de armonía y paz, por las injusticias y la insensibilidad de muchos hombres, cegados por la ambición y la sed de poder.
Ser luz es una invitación a vivir con la impronta de la vida de Jesús en nuestro corazón, en nuestros ojos, en nuestras palabras y en nuestro propio sentir, allí donde cada día debemos vivir, trabajar, crear, cantar, reír, llorar, y soñar.