Para que la fe sea genuina, no basta con acercarse a Jesús; es necesario dejarse moldear por su palabra de verdad, de modo que penetre en los rincones más ocultos del corazón y en los aspectos más escondidos de la vida. Solo así, la fuerza de la gracia transformará y convertirá a las personas en agentes de transformación.
Todos experimentamos que la fe puede fluctuar: a veces es certeza serena y otras veces duda dolorosa. La fe, sometida a la prueba del sufrimiento, el trabajo, el placer o la negligencia, puede decaer y dejar de iluminar nuestra vida. Sin embargo, cuando se vive con fuerza y radicalidad, la fe puede ser el motor de compromisos profundos, la libertad para la verdadera lucha, la luz de nuestra libertad, y el coraje para la fidelidad; en definitiva, la roca inamovible sobre la que edificar nuestra vida presente y proyectar el futuro.