El amor al enemigo es la verdadera medida del amor cristiano. Quien ama sólo a quienes lo aman, no va más allá del amor egoísta. Pero quien bendice al que lo maldice y es generoso con los egoístas, invierte la lógica del mundo. Jesús no pide simplemente ser buenos, sino que llama a abrirse a Dios y cambiar nuestro egoísmo por una generosidad profunda. Los discípulos de Jesús deben ser reconocibles por su amor, un amor que no es un mero sentimiento, sino una actitud arraigada en la paternidad de Dios. Por este amor, el hombre se reconoce como hijo de Dios y encuentra sentido y coherencia en su vida, tratando a todos como hermanos.
El seguimiento de Jesús no se trata de imitar exactamente sus acciones, sino de mirar la realidad como Él lo hizo y responder con la misma apertura y creatividad.