La expulsión de este demonio es un signo de la nueva vida del Reino que irrumpe en medio de la comunidad. El hombre no está hecho para ser poseído por otro, ni para estar desposeído de sí mismo, envilecido o encadenado por fuerzas que no puede dominar. Creado en el amor de Dios, el hombre está destinado a vivir de pie, libre, con los ojos levantados al cielo. Este es un signo de que el cambio en el hombre ocurre cuando Dios toca lo más profundo de su ser.
Hoy, podemos hacer realidad la misión de Cristo, ampliar nuestros horizontes y hacer sentir la experiencia del Reino si, bajo la dirección del Espíritu, edificamos la Iglesia de Jesucristo en unidad y caridad creativa. Cuando, por la fe y apoyados en la palabra del Salvador, nos esforzamos en liberarnos de las fuerzas que nos esclavizan hoy para convertirnos en discípulos en la libertad del Evangelio, somos signos del Reino.