Somos cristianos infieles si escondemos la Palabra viva bajo costumbres, hábitos o un control estéril. La Palabra existe verdaderamente solo cuando es anunciada y renovada. La Iglesia es infiel cuando no es un grito vivificante, cuando la búsqueda se entorpece y el temor paraliza en lugar de buscar nuevas leyes del Evangelio. La justicia, el amor, la verdad, la reconciliación y la paz deben ser vivencias reales, no solo palabras vacías.
No producir fruto es no crecer ni hacer crecer el reino. La capacidad limitada no es excusa, ya que nuestra fuerza proviene de Dios. La fidelidad implica dejar que el Espíritu actúe y multiplicar la herencia de gracia que el Señor nos ha dejado.