Jesús nos recuerda hoy que el culto exterior, como la purificación de la “copa y del plato”, tiene menos importancia que la pureza interior. Al discípulo no se le pide una perfección artificial e impecable, sino la coherencia de un esfuerzo por una vida comprometida en la búsqueda y trabajo por la justicia propia del Reino. El Reino no es apariencia, sino una vida realizada en la verdad, que se construye con esfuerzo día a día, en la cual cada detalle es importante.
Ser discípulo significa testimoniar en la vida cotidiana con coherencia, claridad, humildad, gozo y valentía.
ORANDO CON LA PALABRA
