La Iglesia de Cristo es fundamentalmente libre porque es hija de su sangre; no tiene que pagar impuesto a nadie; no debe ninguna adoración ni sumisión alguna a ningún tipo de poder. Si bien los hijos del Reino, cumpliendo sus responsabilidades cívicas, pagamos nuestros impuestos, el espíritu permanece libre frente a la política de los reinos de este mundo.
Nos liga la búsqueda del bien común que se funda en la caridad. Somos, como hijos de Dios, los testigos del Viviente, del hombre resucitado, y a través de Él, somos invitados a ser los forjadores de la libertad humana en todas sus expresiones.