Hoy, como ayer, hablar de Dios a quienes nos conocen desde siempre resulta difícil. Aquellos a quienes más amamos o apreciamos son, a menudo, quienes menos nos escuchan o creen. La convivencia continua, muchas veces, hace que se vean más los defectos que las virtudes. El prejuicio por el conocimiento cercano o la envidia dificultan la credibilidad.
Jesús es la revelación total y definitiva de la Palabra de Dios encarnada en nuestra carne cotidiana. Desde los inicios de la Iglesia, nunca han faltado hombres y mujeres que, con su vida, testimonio, escritos y predicación, han animado a sus contemporáneos a vivir la hermosura y grandeza del Evangelio. También hoy están presentes entre nosotros, y podemos ser nosotros quienes hagamos presente este evangelio en medio de nuestros hermanos.