El Reino de Dios no se impone desde arriba, no va a implantarse sin nuestra colaboración. Necesita ser recibido con amor y libertad para que pueda dar el fruto bueno y necesario.
El Reino necesita que lo hagamos nuestro y lo vivamos con radicalidad, pase lo que pase.
Nunca debemos olvidar que el éxito de la cosecha no radica en nuestras estrategias humanas sino en la iniciativa salvadora de Dios “rico en misericordia” y en la eficacia del Espíritu Santo, que puede transformar nuestras vidas para que demos generosos frutos de amor generoso y transformante.