Jesús nos llama no solo a seguirlo, sino también a poner nuestras riquezas personales al servicio del Reino de Dios. Esta llamada va más allá de nuestras habilidades y talentos; abarca nuestras experiencias, recursos y capacidades únicas que Dios nos ha dado. Cada uno de nosotros posee una riqueza personal, que incluye nuestros dones naturales, habilidades adquiridas, experiencias de vida y la capacidad de influir positivamente en los demás.
Cuando respondemos al llamado de Jesús, estamos invitados a discernir cómo podemos emplear estas riquezas para construir y extender el Reino de Dios en la tierra.