La fe cristiana no existe al margen de la realidad cotidiana y dura. La fe cristiana está enraizada en el camino humano, es radicalmente humana. Y esto también escandaliza, como en tiempos de Jesús. Muchos preferirían una fe hecha solamente de cosas “celestiales”, pero resulta que Dios no se nos reveló “celestialmente”, sino humanamente.
Esto implica tener los ojos y los oídos abiertos a todos aquellos que puedan enseñarnos algo, aunque nos parezca que se trata de alguien “de poca importancia”, o alguien “que no es perfecto” según nuestros criterios. La raíz de la incredulidad es, precisamente, esta incapacidad de acoger la manifestación de Dios en lo corriente y vulgar. La incapacidad de reconocer a Dios cuando se pone el vestido de todos los días.