Jesús no sólo ama la vida, no sólo se opone a la muerte, sino que puede a la muerte. Y el milagro se convierte así en signo o símbolo de futuro. Al final, Dios podrá más que la muerte de sus hijos y les devolverá la vida definitiva. El milagro se convierte en signo de la Resurrección final. No hay límites para el amor salvador de Dios.
La fe debe mostrarse como un trabajo y una lucha viva en favor de la vida, y, por tanto, contra todo lo que hiere a los hombres, a su dignidad, al proyecto de Dios sobre sus vidas y sobre toda la humanidad. Hoy, luchar por la vida significa defenderla en los no nacidos y en los ya nacidos, luchando para no acostumbrarnos al paisaje de los chicos perdiendo la infancia, lavando parabrisas o prostituyéndose por unas pocas monedas. Hoy, luchar por la vida es no conformarnos con que “las cosas sean así” y dejarnos llevar por la corriente, anulando nuestra conciencia.