Esa es precisamente la invitación a sus seguidores: respaldar nuestras palabras y discursos con la vida misma, para ser creíbles. Desde la coherencia de nuestra vida, los ambientes en que nos movemos podrán alcanzar coherencia entre sus principios, actitudes y acciones.
No es una tarea que se realiza simplemente con la práctica de un método o la aplicación de ciertos principios teóricos. La coherencia evangélica necesita de la apertura a la gracia para que Dios nos regale la unidad interna que necesitamos.
No son las palabras ni las oraciones sin compromiso, ni la pura acción, sino el trabajo por vivir según el Proyecto de Dios, sostenidos por su gracia. Nuestra oración debería expresar siempre nuestro deseo de obrar el bien y la petición de ayuda, porque reconocemos nuestra debilidad para lograrlo.