Dios no quiere nuestro naufragio, sino que lleguemos a la otra orilla. Cristo como vencedor es la respuesta definitiva de Dios. Igual que aquella noche, para los discípulos los peligros son solo aparentes. Tener fe es creer en Cristo como Señor de la vida, no huyendo ante los peligros o compromisos que puedan traernos su seguimiento, aunque se nublen los ideales, surjan las dificultades, nos sintamos lejos de la orilla y parezca que ya no hay nada que hacer. La fe no elimina las situaciones de peligro ni evita las contradicciones y los males, pero cambia el modo de enfrentarlas.
Contra viento y marea los discípulos somos invitados a fiarnos de Dios, con una fe que elimine el miedo a afrontar la vida. Una fe que nos madure para mirar de frente los acontecimientos y encontrar el sentido hacia el que apuntan. Cristo Jesús, que por su Pascua ha vencido ya radicalmente el mal, y que, aunque parezca dormido, está presente y conduce nuestra existencia. En Él ha mostrado Dios toda la fuerza de su plan salvador y liberador.