Las obras de piedad que no corresponden a actitudes interiores no tienen valor para quien hace de su vida un teatro de apariencias. La enseñanza de Jesús es clara: la justicia y la caridad son un deber y deben realizarse con honestidad y verdad. La limosna es un deber, es el ejercicio de la solidaridad con las necesidades de los demás, y debe hacerse sencillamente, compartiendo con los más necesitados.
Esta es la plenitud de la ley: hacer todo el bien posible con el corazón y la mente en Dios, buscando la felicidad de los hermanos de forma tan sencilla que nadie se dé cuenta ni le dé importancia. Cuando nuestras obras de piedad se tiñen de sencillez, compasión y alegría por hacer el bien y contribuir al bienestar de los demás, estamos obrando como hijos del Padre en cuyo hogar vivimos.