Los discípulos no respondemos a la agresión con agresión simplemente porque nos vemos imposibilitados o disminuidos, sino porque buscamos una justicia superior.
No buscar revancha, pero sí mantenerse firme; estar abierto al perdón, decir las cosas claramente y ser capaz de un amor que desborda la violencia. No es un arte fácil, pero es el único modo de frenar el odio y la violencia, y manifestar la vida nueva del Evangelio en un mundo a menudo carente de amor auténtico y transformador. Se trata de poner en marcha el compromiso de transformar la espiral de violencia que domina el mundo con una actitud propositiva que brota de un cambio profundo y radical sostenido por la gracia.
Este compromiso implica un esfuerzo constante por superar el rencor y la hostilidad, reemplazándolos con acciones que reflejen la paz y el amor que Jesús enseñó.