La otra vida será una existencia distinta de la actual, mucho más espiritual. En la otra vida ya no se casarán ni tendrán hijos, porque estaremos en la vida que no acaba. La muerte es un misterio, también para nosotros, pero estamos destinados a vivir con Dios, participando de la vida pascual de Cristo, nuestro hermano.
La esperanza en la vida futura nos libera de lo que parece absoluto a nuestros ojos y, al mismo tiempo, en lugar de alejarnos, nos da fuerzas y nos impulsa a comprometernos con el presente para sanar las limitaciones y heridas propias de nuestra condición humana. Los cristianos podemos ser testigos de vida, alegría y confianza gracias a esta esperanza.