MI MADRE APRESURÓ LOS COMIENZOS DEL EVANGELIO

María, oyente de la Palabra, mujer colmada de gratitud, quien había llevado la gracia a Juan Bautista, era otra a partir del reencuentro con Jesús en el Templo. Ni ella ni su queridísimo esposo lo comprendieron. El carácter de la respuesta de su hijo la hizo volver a Nazaret transformada, en una compenetración cordial de fondo, pues María, guardaba todas esas cosas en su corazón.

Ella sabía que la vida de su hijo había brotado de la Palabra viva y eterna de Dios; y día a día era alimentado por ella.

¡Se podría esperar de él cualquier sorpresa…!

A los tres días había una boda en Caná de Galilea, y la madre de Jesús estaba allí. Jesús y sus discípulos estaban también invitados a la boda. Faltó el vino, y la madre de Jesús le dice: «No tienen vino». Jesús le dice: «Mujer, ¿qué tengo yo que ver contigo? Todavía no ha llegado mi hora». Su madre dice a los sirvientes: «Haced lo que él os diga». […]

Juan 2,1-12

Abba, por vez primera en mi caminar contigo, hoy vacilé ante las palabras de mi madre, quien con audaz alegría me dijo que el vino de la fiesta se acabó. No obstante, ese amor de chiquillo que adora a su madre, el cual nunca ha dejado de palpitar en mi corazón, la rechacé.

¡Sus palabras, Abba, no se ajustaban a mi plan de vida!

Ella con esa serenidad tan suya, Abba, impregnada de ternura, la cual brota de su corazón limpio y humilde, no se dio por enterada, y ordenó a los sirvientes que hicieran lo que yo les dijera.

Y no obstante que mi proceso se violentaba, Abba, sentí un perceptible rayo de luz que circulaba entre las palabras de mi madre. Sus palabras despertaron mi asombro con el fuego de su amor. Sabía que su petición era inspirada e inspiradora.

Abba, mi alma se dilató. Recibí la lección de mi santísima madre. Ella ha permanecido por siempre colmada de tu gracia, y sorprendida por tu Palabra.

Cuanto más estoy en tu intimidad, en oración contigo, Abba, más saboreo la maravillosa amplitud de mi misión. Misión misteriosamente investida de gloria, gloria que manifesté a quienes empezaban a descubrirme.

Y manifesté mi gloria, Abba, haciendo el bien, al devolver la alegría a aquel matrimonio.

Mi mayor ilusión, Abba, es que a través de estos signos crean que he sido enviado por ti; que susciten la fe en mi misión. En ellos late el inmenso misterio del amor más auténtico. A través de ellos revelo tu rostro, revelándome como tu testigo supremo de la gloria que he recibido de ti.

Abba, mi santísima madre, intervino con esa sonrisa tan suya y, dando vida a sus proféticas palabras, apresuró los comienzos del Evangelio.

Apuntes para la Oración Vol.3
Dicasterio para la evangelización

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