
El lunes después de Pascua se llama también Lunes del ángel, porque recordamos el encuentro del ángel con las mujeres que fueron al sepulcro de Jesús(cfr. Mt 28,1-15). A ellas, el ángel les dice: «Sé que ustedes buscan a Jesús, el Crucificado. No está aquí, porque ha resucitado» (vv. 5-6). Esta expresión “ha resucitado” va más allá de las capacidades humanas. Incluso las mujeres que habían ido al sepulcro y lo habían encontrado abierto y vacío, no podían afirmar: “ha resucitado”; tan solo podían decir que el sepulcro estaba vacío. “Ha resucitado” es un mensaje. Que Jesús había resucitado únicamente podía decirlo un ángel con el poder de ser un mensajero del cielo, con el poder dado por Dios para decirlo; así como un ángel -solo un ángel- pudo decir a María: «Concebirás un hijo […] y será llamado Hijo del Altísimo» (Lc 1,31). Por eso decimos que es el lunes del ángel, porque solo un ángel con la fuerza de Dios puede decir: “Jesús ha resucitado”.
De las palabras del ángel podemos recoger una valiosa enseñanza: no nos cansemos nunca de buscar a Cristo resucitado, que dona la vida en abundancia a cuantos lo encuentran. Encontrar a Cristo significa descubrir la paz del corazón. Las mismas mujeres del Evangelio, después de la turbación inicial, se comprende, experimentan una gran alegría al reencontrar vivo al Maestro (cfr. vv. 8-9). En este tiempo pascual, deseo a todos que hagan la misma experiencia espiritual, acogiendo en el corazón, en las casas y en las familias el alegre anuncio de la Pascua: «Cristo resucitado no muere más, porque la muerte ya no tiene poder sobre Él» (Antífona de la Comunión). El anuncio de la Pascua es este: Cristo está vivo, Cristo acompaña mi vida, Cristo está junto a mí; Cristo llama a la puerta de mi corazón para que lo deje entrar, Cristo está vivo. En estos días pascuales, nos hará bien repetir esto: el Señor vive.
Esta certeza nos induce a rezar, hoy y durante todo el periodo pascual: “Regina Caeli, laetare”, es decir, “Reina del Cielo, alégrate”. El ángel Gabriel la saludó así la primera vez: «¡Alégrate, llena de gracia!» (Lc 1,28). Ahora la alegría de María es plena: Jesús vive, el Amor ha vencido. ¡Que esta pueda ser también nuestra alegría!