El sonido del cuerno corría por las calles de las ciudades y de los pueblos, su eco resonaba por los campos: era el signo del quincuagésimo año en el que se proclamaba «la liberación en la tierra para todos sus habitantes». De este modo, en el libro de los sacerdotes del antiguo Israel, el Levítico (capítulo 25), se pregonaba el año jubilar, denominado así por aquel cuerno, en hebreo jobel. También en la cristiandad, de diversos modos, se han sucedido eventos análogos. Ahora, nosotros, nos encaminamos al Jubileo de 2025. Para el Israel bíblico era un tiempo en el que los habitantes y la tierra reposaban, evitando toda actividad agrícola, alimentándose de los dones espontáneos de la naturaleza. El reposo que ahora nosotros vivimos con el Año Santo tiene otra dimensión: es un tiempo intenso y lleno de espiritualidad. Un tiempo colmado por dos actos fundamentales.
El primero es el de la oración y la meditación. El gran pensador y creyente francés del siglo XVII Blaise Pascal advertía:
«Los antiguos filósofos decían: “¡Vuelve a ti mismo! Allí encontrarás tu quietud”. Pero no es cierto. Otros dicen: “¡Sal fuera! Busca la felicidad divirtiéndote”. Pero no es cierto. La felicidad no está ni fuera ni dentro de nosotros. Está en Dios y por eso estará fuera y dentro de nosotros».
Blaise Pascal, Pensamientos 391
He aquí, pues, el sentido de esta reflexión es una invitación a entrar en el Año Jubilar teniendo en las manos el Salterio, el libro bíblico destinado por excelencia a la pausa orante y al silencio contemplativo. Una guía para «cantar a Dios con arte» a través de los salmos. Como decía san Agustín: «la gran obra de los hombres es alabar a Dios» (Magnum opus hominum laudare Deum).
Pero hay un segundo acto que florece de la oración y hace de este tiempo santo «un año del favor del Señor».
Ya en el antiguo Israel era el tiempo de la liberación de los esclavos. Así lo sugirió Jesús en su sermón en la sinagoga de su pueblo, Nazaret, citando al profeta Isaías. La oración, el canto, la liturgia no nos encierran en un oasis sagrado de incienso, velas y rituales, sino que nos invitan a entrar luego en la plaza y en la historia. He aquí, en efecto, las palabras de Cristo:
«El Espíritu del Señor está sobre mí, porque él me ha ungido. Me ha enviado a evangelizar a los pobres, a proclamar a los cautivos la libertad y a los ciegos, la vista; a poner en libertad a los oprimidos; a proclamar el año de gracia del Señor» .
Lucas 4,18-19; Is 61,1-2
Es el compromiso de alejar nuestros pasos de los caminos del mal, de la agresión, del odio y de la injusticia, para hacer firme el camino del amor y de la solidaridad que lleva a reconocer el rostro de Cristo en nuestros hermanos que sufren y son marginados. De hecho, los salmos, como veremos, no instan al orante a despegar de la realidad cotidiana hacia cielos míticos o vagamente místicos, sino a recorrer los caminos de la historia, incluso los pedregosos, y a vivir la fe en el día de fiesta, pero también en la noche oscura de la prueba. El Salterio abre sus cantos al bullicio de la existencia social, a los trabajos y a los días, a las risas y a las lágrimas, a los dramas personales y a las tragedias nacionales. Siempre, sin embargo, con una certeza: si «mi padre y mi madre me abandonan, el Señor me recogerá» (Sal 27,10).
Apuntes para la Oración Vol.2
Dicasterio para la evangelización