Santos Andrea Kim Taego˘n, sacerdote, y Pablo Chông Hasang y Compañeros, mártires coreanos
Hay una peculiaridad en la Iglesia coreana que no tiene otra Iglesia: fue fundada por laicos. Como dice el Misal Romano, citando el evangelio de s. Juan: «el Espíritu sopla donde quiere», (cf Jn 3, 8-10), y en esta estrecha península en el extremo oriental del mundo el Espíritu Santo ha soplado en los corazones de muchas personas que abrieron sus corazones a la nueva fe traída por las delegaciones eclesiásticas chinas que visitaban Corea cada año, ya desde principios del 1600.
Una Iglesia «entrante»
Cada año un grupo de sacerdotes chinos de Pekín entraba y visitaba Corea para compartir la fe con estas personas. Con ellos llevaban el libro de Mateo Ricci, «La verdadera doctrina de Dios». A quedarse deslumbrado con las páginas del gran misionero jesuita fue un laico llamado Lee Byeok, que abrazó la nueva fe y fundó la primera comunidad cristiana del país, vivaz y activa incluso cuando los sacerdotes visitantes regresaron a China, después de haberles impartido el bautismo. Es el año 1780. Los sacerdotes chinos regresarán después de unos años y traerán nuevos escritos y libros religiosos más adecuados para profundizar en la fe, mientras que la nueva comunidad, cada vez más fecunda, comenzó a pedir a Pekín que le enviara nuevos sacerdotes a su tierra. Fueron escuchados y el sacerdote Chu-mun-mo llegó a Corea, y así pudieron comenzar las celebraciones litúrgicas.
El comienzo de las persecuciones
El florecimiento de la nueva fe no pasó desapercibido al gobierno que no acogió de buen grado el nuevo culto y los nuevos ritos llegados al país, pues le resultaban muy distintos de los ritos tradicionales; así que en 1802 el gobierno promulgó un edicto estatal que no sólo prohibía la profesión del cristianismo, sino que incluso ordenaba el exterminio de los cristianos. El primero en ser asesinado fue el único sacerdote. No fue hasta 1837 que llegaron otros dos más, junto con un obispo de las Misiones Extranjeras de París, pero las persecuciones aún no habían terminado, por lo que los tres fueron martirizados dos años después. Luego, otros valientes sacerdotes y obispos lograron penetrar en Corea a pesar de las prohibiciones y persecuciones que continuaron hasta 1882, año en que finalmente se decretó la libertad religiosa.
Andrés Kim Taegon, primer sacerdote mártir de Corea
Andrés es uno de los primeros sacerdotes coreanos nacidos y crecidos en el país. Nació en 1821 en una familia convertida y muy ferviente, tanto que su padre transformó su casa en una iglesia doméstica donde mucha gente se reunía para ser bautizada. Por lo tanto, Andrés respiró la fe desde la infancia y presenció el martirio de su padre, que fue asesinado a sólo 44 años de edad. Pero estas experiencias sólo fortalecieron su fe, así que partió hacia Macao para ser ordenado sacerdote. Regresó como diácono a Corea en 1844 y preparó en secreto la entrada en el país del obispo Ferréol. Juntos trabajaron como misioneros pero en secreto, en una constante atmósfera de persecución. Andrés, en particular, conociendo las costumbres y la mentalidad local, obtuvo resultados extraordinarios en el apostolado, hasta que fue arrestado, mientras intentaba enviar algunos documentos y testimonios a Europa. Murió como mártir el 16 de septiembre de 1846.
Pablo Chong Hasang, el catequista peregrino
La historia de Pablo es la historia de un héroe de la fe, que a una edad muy temprana, vio a la mitad de su familia morir como mártir. Nacido en 1795 y originario de Mahyan, junto con su madre y su hermana fueron encarcelados y privados de todo. Una vez liberados, su fe era más fuerte que nunca. Él se mudó a Seúl y se unió a la comunidad cristiana local y trabajó para obtener nuevas conversiones. Hizo al menos 15 peregrinaciones a China por su cuenta, a pie y en medio de miles de dificultades, trabajando para llevar sacerdotes y misioneros al suelo coreano desde Pekín. Mientras Pablo era huésped del obispo francés de Imbert, que había ayudado a entrar en Corea y que quería consagrarlo como sacerdote, Pablo fue detenido durante las persecuciones anticristianas y martirizado el 22 de septiembre de 1839.