Luis Rivas – Revista Ecclesia
Este proceso implica un cambio profundo, radical y que a menudo genera temor, pues exige el abandono de seguridades y patrones establecidos, pero es esencial en el camino de salvación
En el marco de los ejercicios espirituales de Cuaresma que se están celebrando en el Aula Pablo VI para la Curia Romana, con la participación del papa Francisco a través de videoconferencia desde el hospital Gemelli, el predicador pontificio ofreció una profunda reflexión sobre el sacramento del Bautismo, destacándolo como el inicio de la vida cristiana, además de un acto de profunda confianza en Dios que nos impulsa hacia lo desconocido.
La meditación de Roberto Pasolini se centró en el pasaje evangélico de Juan donde Jesús dialoga con Nicodemo, enfatizando la necesidad de «nacer de nuevo de lo alto» para poder ver el Reino de Dios. Esta afirmación desconcertó a Nicodemo, pero el Mesías le aclaró que este renacimiento no es un retorno biológico, sino una nueva apertura a la acción del Espíritu Santo a través del agua. Este proceso implica un cambio profundo y radical, que a menudo genera temor, pues exige el abandono de seguridades y patrones establecidos. Sin embargo, este renacimiento espiritual es esencial para el camino de la salvación.
El predicador pontificio recordó el éxodo de Israel, donde el pueblo elegido, temiendo la muerte en el desierto, encontró la salvación al mirar un signo ofrecido por Dios. Hoy, el signo de la salvación es Cristo elevado en la cruz. El Bautismo se presenta, así, como el símbolo de esta nueva vida, marcando el comienzo de un camino de transformación, aunque no sea un cambio inmediato y visible, según la síntesis de la meditación recogida por Vatican News.
A lo largo de la historia, se ha observado una disminución en la percepción de la eficacia del Bautismo, derivando en que, con frecuencia, se considera más como un rito cultural que como una elección consciente de fe. Esta situación ha generado una crisis en la Iglesia, donde la vida cristiana puede parecer lejana y abstracta para muchos.
Ante esta realidad, Jesús nos invita a una opción radical: priorizar nuestra relación con Él por encima de cualquier otro vínculo. Esto no implica una negación de los afectos, sino el reconocimiento de que la verdadera vida se encuentra únicamente en Dios. Esta elección exige la valentía de «perder la vida» en su sentido biológico y psíquico para hallarla en la dimensión eterna.
Finalmente, el predicador de la Casa Pontificia recurrió a la metáfora del parto para ilustrar el renacimiento espiritual como un pasaje doloroso pero imprescindible, mensaje que resuena especialmente en un contexto cuaresmal, tiempo propicio para la reflexión y renovación de la fe. En este sentido, cada individuo está llamado a abandonar su «vientre» de origen para recibir la plenitud de la vida eterna, tal como lo ejemplificó san Francisco al dejar toda seguridad para abrazar la nueva vida en Cristo. De esta forma, en última instancia el verdadero renacimiento ofrecido por el Bautismo no es una ilusión, sino una realidad accesible para aquellos que se permiten ser transformados por el Espíritu, experimentando así la promesa de la eternidad.
