La Natividad de la Virgen es una de las fiestas marianas más antiguas. Se cree que su origen está ligado a la fiesta de la dedicación, en el siglo IV, de una antigua basílica mariana de Jerusalén, sobre cuyas ruinas fue construida en el s. XII la actual iglesia de Santa Ana. La tradición dice que en este lugar estuvo la casa de los padres de María, Joaquín y Ana, donde nació la Virgen.
La fiesta comenzó a celebrarse en Roma en el siglo VIII, con el Papa Sergio I. Es la tercera fiesta de la «natividad» en el calendario romano, que conmemora la Natividad de Jesús, el Hijo de Dios (25 de diciembre, Navidad); la de San Juan Bautista (24 de junio) y la de la Santísima Virgen María, el 8 de septiembre. En los Evangelios no hay datos que confirmen esta fecha ni los nombres de los padres de María, que la tradición toma del Protoevangelio de Santiago, un escrito apócrifo del siglo II.
En Milán, esta fiesta se remonta al siglo X; la catedral, dedicada a «María naciente», fue consagrada en 1572 por San Carlos Borromeo. Y siempre en Milán, en la calle Santa Sofía, se encuentra el santuario donde se conserva una imagen de María recién nacida, custodiada por las Hermanas de la Caridad de las Santas Bartolomea y Vicenta. Esta imagen fue realizada en el s. XVIII por una monja franciscana de Todi para su devoción personal. En su historia encontramos un milagro sucedido el 9 de septiembre de 1884: la curación de la postulante Giulia Macario, que llevaba varios días muy enferma. La devoción popular a esta imagen se extendió como resultado de las numerosas gracias obtenidas.
El acontecimiento fundamental en la vida de María sigue siendo la Anunciación. La Iglesia la mira como Madre de Dios, pero aún más como la discípula que mejor puede ofrecer el ejemplo y el modelo de vida cristiana con su fe, su obediencia a su Hijo, su servicio a los demás -a su prima Isabel y en las bodas de Caná, por ejemplo-. María es una mujer a imitar también por su confianza en los momentos más oscuros de la historia de su Hijo Jesús. Esto, y mucho más, explica por qué el pueblo de Dios sabe que en ella puede encontrar refugio y consuelo, ayuda y protección.