Compartimos la homilía de Mons. Jorge García Cuerva en la Misa por el aniversario de la tragedia de Cromagnon en la Catedral Metropolitana, reflexionando con los textos de la Fiesta de la Sagrada Familia.
En el evangelio de hoy, Simeón, un anciano que estaba en el templo, le dice a la madre de Jesús que una espada le atravesará el corazón.
Aquí nos volvemos a convocar con una espada que atraviesa nuestros corazones hace 19 años; una espada que sigue provocando un profundo dolor, un dolor que no queremos anestesiar con otras noticias, o distraer detrás de algún escándalo mediático o farandulero. Es una espada afilada de injusticia, es una espada punzante de tristeza, es una espada cortante de bronca e impotencia.
Pero al mismo tiempo, tanto dolor queremos que sea fecundo, que tenga algo de sentido. Madres, padres, hermanos, amigos y víctimas de aquella tragedia, me permito decir que son “testigos incómodos” para una sociedad que, a veces, quiere olvidar o esconder esa herida que es un crimen social, una herida abierta en la ciudad que sigue sangrando en sus calles y en la vida de tantos.
Su testimonio clama por una sociedad que sea madre solidaria como quienes entraron y salieron varias veces del boliche para rescatar a quienes estaban adentro y morían asfixiados. Sin embargo, parece que no aprendemos más. Hoy siguen muriendo adolescentes y jóvenes asfixiados por la exclusión y la violencia, por el consumo de drogas, por el hambre y por la trata de personas. Los mercaderes de la muerte se reinventan, se cambian la careta, pero siguen matando y haciendo negocio con la vida de tantos. Por lo tanto, la memoria colectiva de Cromañón es un clamor profético que exige más justicia, más compromiso, más fraternidad, más empatía, en definitiva, más amor.
Por eso hoy les pedimos todos juntos a Simeón y Ana que nos contagien su esperanza. El texto del evangelio que leímos los describen como dos ancianos, pero al mismo tiempo como dos personas de esperanza, que no bajan los brazos, que no se dejan vencer, que siguen apostando por la vida.
Nosotros también, con todo el dolor a cuestas, con los años que se suman a nuestras vidas, con el cansancio en las espaldas, volvemos a gritar que tenemos esperanza; no un optimismo berreta; sino una esperanza que nace de la cruz, porque la esperanza cristiana es activa y exige paciencia y fortaleza. Y pasarán los años, pero seguiremos haciendo memoria, y cuestionando un sistema de exclusión y corrupción que sigue provocando muerte, porque nunca daremos lugar entre nosotros a la conciencia de la derrota fatalista.
Simeón dice que sus ojos han visto la salvación que es luz para iluminar a las naciones; como esas velas que, con manos firmes, ustedes encendieron a lo largo de estos años para iluminar el camino hacia la verdad y la justicia. Sigan siendo luz, no permitan que las tinieblas del horror apaguen sus vidas. Como ciudad de Buenos Aires, y como argentinos, los necesitamos mucho. Sus vidas y la de los 194 hermanos víctimas de la tragedia son un clamor al cielo contra la impunidad y la resignación.
Y estamos aquí porque tenemos fe, y creemos que Jesús venció a la muerte para siempre con su Resurrección; la muerte no tiene la última palabra. Por eso, podemos recordar a nuestros seres queridos y pensar que hace 19 años que la muerte nos los arrebató; o renovarnos en la esperanza del reencuentro, y decir…estamos 19 años más cerca de volver a abrazarnos.
Para terminar, si me permiten, quiero compartirles una poesía:
No te rindas,
aunque a veces duela la vida.
Aunque pesen los muros
y el tiempo parezca tu enemigo. No te rindas,
aunque las lágrimas
surquen tu rostro y tu entraña demasiado a menudo.
Aunque la distancia
con los tuyos
parezca insalvable. Aunque el amor sea, hoy, un anhelo difícil,
y a menudo te muerdan
el miedo, el dolor, la soledad,
la tristeza y la memoria.
No te rindas.
Porque sigues siendo capaz
de luchar, de reír, de esperar,
de levantarte las veces que haga falta.
Tus brazos aún han de dar
muchos abrazos, y tus ojos
verán paisajes increíbles.
Acaso, cuando te miras al espejo,
no reconoces lo hermoso,
pero Dios sí. Dios te conoce,
y porque te conoce
sigue confiando en ti,
sigue creyendo en ti,
sabe que, como el ave herida,
sanarán tus alas y levantarás el vuelo,
aunque ahora parezca imposible.
No te rindas.
Que hay quien te ama
sin condiciones,
y te llama
a creerlo.
(RODRIGUEZ OLAIZOLA, José María, No te rindas, en Cuando llegas, Madrid 2021)