LA HOMILÍA DEL OBISPO JORGE EN LA MISA CRISMAL

“Todos en la sinagoga tenían los ojos fijos en Él”. (Lc. 4,20).

Queridas hermanas, queridos hermanos, muy especialmente a ustedes queridos sacerdotes, los invito a sostener nuestra mirada en Jesús. Si fuese posible, la mirada del corazón, que es una mirada de amor que nos llena de asombro, de deseos, de ánimo y de ganas de seguir apostando por Él y de entregarlo todo, sin reservas.

Todos necesitamos renovar esa mirada atenta en Jesús para sentirnos una vez más, cautivados por Él y también por su misión. Si nuestro corazón se distrajera, si dejásemos de mirarlo, nos iremos desencantando, desalentando, desmotivando y nuestra vida correría el riesgo de volverse rutinaria e insulsa. Pero Él todo lo puede, en Él todo es posible. Si sostenemos nuestra mirada en Él, seguramente, podremos volver a sentir como en ese primer día, el del primer amor, esa mirada suya que nos atrae misteriosamente, nos conquista, nos gana, nos enamora y nos llama para estar a su lado y hacer todo lo que Él nos diga.

¡Cuánto necesitamos vernos reflejados en sus ojos! ¡Cuánto necesitamos sentir que nuestro corazón enamorado se acelera porque Él y todo lo suyo nos atrae! ¡Cuánto necesitamos mirarlo y que nos mire a cada uno! Simplemente eso, cruzar la mirada y confiar que todo lo demás se irá dando en el día a día.

Que al renovar hoy sus promesas sacerdotales el mismo Señor Jesús les regale a ustedes queridos sacerdotes, el fuego sagrado del Espíritu y del amor a ÉL y a todo lo suyo.

Les agradezco de todo corazón por la entrega generosa y cotidiana de pastorear a las comunidades y en ellas a toda la Iglesia de Mercedes-Luján. ¡Gracias!

En la sinagoga de su pueblo Nazaret, Jesús lee el trozo del profeta Isaías que dice: “El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha consagrado por la unción”. La primera lectura de Isaías, se refiere más extensamente a este texto. Jesús sale del ocultamiento de sus años de juventud y se manifiesta ante sus conocidos con una luz nueva e inusitada, asumiendo su papel de Mesías. Son admirables dos cosas: el coraje de Jesús para asumir su misión y su humildad al señalar que toda su actividad la hace en pura obediencia al “Espíritu del Señor” que está sobre él. Ambas actitudes unidas, muestran su profunda convicción: su misión es el cumplimiento de las promesas de Dios, pero él las realiza como el “Siervo de Dios”, en el espíritu del Siervo de Yahvé.

Esta Palabra viva de Dios, hace resonar en mi corazón una certeza: somos consagrados por la unción y, en el “Espíritu del Señor”, compartimos la misma misión que el Señor Jesús.

En esta misa queda de manifiesto que todos los que aquí estamos somos el Pueblo de Dios ue fuimos ungidos y consagrados por el aceite, en el bautismo y en la confirmación. Algunos, en la ordenación sacerdotal, hemos quedado ungidos y consagrados para identificarnos con el Señor en su dimensión sacerdotal y así, nuestra identidad profunda que en todos es la de ser cristianos, en algunos, se enriquece y complementa con la identidad sacerdotal.

Con máxima claridad, el Señor asume que ha sido ungido por el Espíritu para una misión concreta: “Él me envió a llevar la Buena Noticia a los pobres, a anunciar la liberación a los cautivos y la vista a los ciegos, a dar la libertad a los oprimidos y proclamar un año de gracia del Señor». Su misión es dar Vida en abundancia y lo hará de infinitas maneras, pero hoy quisiera resaltar lo que entiendo nos dice la Palabra: Jesús da Vida consolando, liberando y
ungiendo.

No es fácil consolar, aliviar, calmar, apaciguar. Requiere de una enorme sensibilidad para ponerse en el lugar del otro y lograr entrar en su dolor, su queja, su angustia. No se puede consolar desde afuera, o con lindas palabras, hace falta “encarnarse”, asumir “la carne” de la persona desconsolada e ir a fondo, que es “ir y estar con” esa persona concreta. Y estando así de cercano, el otro puede llegar a experimentar que es sostenido y contenido y aún, sin poder encontrar la solución o la salida, si puede recuperar su dignidad fundamental, el sentido de su vida y el alivio que da sentir que no está sola. El consuelo es una manera de dar vida. Para liberar es necesario estar convencido que hay ataduras y nudos que generan una profunda esclavitud en el otro y en la misma comunidad humana. Algunas de esas ataduras son muy visibles, todos las reconocemos fácilmente, pero hay otras que son más sutiles y profundas y pueden pasar desapercibidas. Lo que esclaviza y oprime a cada persona y a todos nosotros como comunidad comienza en lo profundo, pero termina enfermando la vida cotidiana y si no se liberan, esas ataduras generan la frustración de la existencia, la pérdida del sentido, el detrimento del valor de la vida y también, la catástrofe del enfrentamiento entre hermanos, el calvario de las injusticias, el desastre de la violencia, la maldición de la guerra y la tragedia de la muerte, que es como un grito que clama al cielo pidiendo desesperadamente libertad.

Jesús da su vida por esa liberación que pone de pie al ser humano, a todo el Pueblo de Dios y a todas las Naciones. Muere para liberar y reunir en un solo Pueblo a las personas perdidas y esclavizadas que de alguna manera, somos todos.

Ungir es una manera delicada de dejar una huella en lo hondo del ser de cada persona con la marca de una nueva identidad, que no borra la identidad primera, la de ser humanos, pero que la plenifica totalmente. Al ser ungidos, los seres humanos quedamos asimilados a la persona de Cristo, a su identidad, marcados por el Espíritu Santo para elevarnos hasta el infinito, a la altura de Dios, que es como decir que nada ni nadie puede ponerle techo a cada persona y a su misión en esta vida. La debilidad de nuestra carne ungida por el Señor, queda fortalecida y glorificada de tal manera, que todo ungido debería experimentar que adentro suyo hay una fuerza incontenible que lo lanza al camino de la vida con un nuevo sentido de todo y además, con la necesidad de contagiar la Buena Noticia a otros, o mejor dicho, a todos!

Jesús es el Cristo, el Ungido del Señor, cuya misión es dar Vida consolando, liberando, ungiendo y lo hace con todas las personas, pero muy especialmente con los pobres, los débiles, los sufrientes, porque desde ellos quiere llegar a todos. Su amor y cercanía a los pobres no es excluyente, pero marca el estilo de su misión que, para salvar a todos, comienza con los últimos. Así es nuestro Dios, que nos sorprende con la lógica de un amor que no tiene los criterios del éxito, del resultado, del premio, de la superioridad y de la notoriedad, porque si así fuese, sería una misión para generar nuevas esclavitudes. Dios nos ama gratuita y sobreabundantemente, para que nos sintamos impulsados a vivir la vida con nuevos criterios de plenitud y de felicidad, al modo de las bienaventuranzas o, como le gusta decir a Francisco, al modo del “gran protocolo”, lo que dice el evangelista Mateo en el capítulo 25, 31-46: “tuve hambre y ustedes me dieron de comer; tuve sed, y me dieron de beber; estaba de paso, y me alojaron; desnudo, y me vistieron; enfermo, y me visitaron; preso, y me vinieron a ver…” (Gaudete et Exsultate 95).

El Ungido, el Mesías, da su vida por la misión que le encomendó su Padre y nosotros somos consagrados por la unción para dar la vida y continuar su misma misión y al modo en que Él nos enseña a hacerla. No es otra misión, no es otro modo. La Buena Noticia, como la proclamó Jesús en aquella sinagoga, es que esto, está sucediendo “hoy”.

¿Cómo hacer la misión de Jesús en estos tiempos difíciles, llenos de desánimo, cansancio, fatiga y de un profundo individualismo? ¿Cómo hacerla cuando sentimos al mismo tiempo el grito desgarrador de los pobres y de la tierra? ¿Cómo hacerla cuando muchas veces el internismo de la Iglesia nos confunde y paraliza?

Queridos hermanos, lejos de tener una receta recurro a la sabiduría de nuestra Iglesia milenaria, de nuestros mayores y de nuestras santas y santos que nos dicen que no hay otra ciencia que la del amor total a Dios, con todo el corazón y con toda el alma y amor total al Pueblo de Dios, al que el Señor nos da la misión de “reunirlo y cuidarlo”, consolándolo, liberándolo y ungiéndolo. Para semejante amor, necesitamos sostener atentamente nuestra mirada en la suya y dejarnos ungir por Su Espíritu. También necesitamos renovar nuestra opción fundamental por la misión, que requiere de nuestra total y generosa entrega.

No caigamos en la tentación de empequeñecer, empobrecer y rebajar la misión del Señor, convirtiéndola en una mera acción de mantenimiento pastoral, o de un reordenamiento de las estructuras que tenemos. Eso a la larga y a la corta genera más desánimo. Arrojémonos con fuerza y confianza a consolar, liberar y ungir a nuestras hermanas y hermanos, empezando por los más pobres y sufrientes. Somos Ungidos para asumir la misión de estar con el pueblo que sufre y sufre mucho, y hacerlo al modo de Jesús. Y aunque muchos no valoren nuestro sacerdocio, tiene enorme sentido entregar totalmente la vida para aliviar y liberar la carga pesada de los otros. No al modo de superhombres, sino al modo de Jesús que se entregó poniendo toda su vida en las manos del Padre y confiando infinitamente en Él.

¡Hagámoslo juntos, no en soledad! Caminemos juntos, sirviendo a nuestra querida Iglesia de Mercedes-Luján que está en tiempos de Sínodo. Confío que el Sínodo nos ayudará no sólo a encontrar nuevas maneras de evangelización y catequesis hoy, sino y fundamentalmente, nos ayudará a convertir nuestro ánimo y nuestras actitudes, especialmente aquellas que dificultan e impiden vivir llevados por el Espíritu del Señor que nos unge y envía.

En la primera Asamblea Sinodal, todos experimentamos esa alegría serena y esperanzada, ese espíritu de confianza, de libertad para hablar, compartir y buscar juntos. Más aún, ese deseo profundo de sentir que somos la Iglesia del Señor llamada una vez más a evangelizar y dar catequesis de una manera nueva.

Caminemos juntos fraternalmente y con confianza. No nos defraudemos unos a otros. Y pidan por favor también por mí, para que pueda estar, aún con mis limitaciones, a la altura del momento presente y no los decepcione, ni les robe la esperanza. Se los pido humildemente.

Una última palabra sobre nuestra amada Madre de las Mercedes y de Luján.

Ella también es ungida por el Espíritu de Dios y, si bien su Sí antecede según nuestro tiempo a la misión del Hijo, en realidad, en el tiempo de Dios, es su misma misión que se hace historia de salvación. En Ella entendemos que la misión no es cuestión sólo de hacer cosas, sino, de hacer la Voluntad de Dios, que implica no solo hacer, sino dejarnos transformar totalmente para que Dios lleve adelante su sueño de dar Vida en abundancia a toda la humanidad y nosotros lo ayudemos humildemente en tamaña misión.

Es un misterio la elección de Dios por nosotros. Algún día se nos revelará el por qué puso su mirada en cada uno, pero el para qué ya lo sabemos. Como María, nos llamó a colaborar humildemente en este tramo de la historia para que su Reino se dilate hasta que todas y todos participemos de la misma mesa de la Vida.

Estamos invitados una vez más como María, a decirle que sí al Señor. Está muy bien que desde lo profundo de nuestro ser volvamos a hacer esta opción fundamental por Jesús y su misión y renovar el deseo de dejarlo todo, incluso nuestra propia vida si fuese necesario. Sabemos que aunque muchas veces, nosotros como sacerdotes, fallamos, tropezamos y caemos, Ella sostiene admirablemente la fe de nuestro Pueblo. ¡Cuánto tenemos que agradecerle! ¡Cuánto tenemos que seguir aprendiendo de Ella! Qué consuelo es saber que María, Madre de todos nosotros, también sostiene nuestro sí para que “hagamos todo lo que Él nos diga”.

Que María este presente ahora entre nosotros, como en aquel primer Cenáculo, cuando el Espíritu se manifestó con fuerza y contundencia, para que la renovación de las promesas sacerdotales nos llene de alegría y podamos durante todo este año ungir a muchos, y puedan así compartir también esta misma alegría del Señor.

+ Jorge Eduardo Scheinig
Arzobispo de Mercedes-Luján

«La Palabra de Dios es viva y eficaz» (Heb 4,12)

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