HOY CONFIRMÉ QUE SUEÑO CON TUS PROPIOS SUEÑOS

El tiempo de Jesús quedó inaugurado con la fuerza del Espíritu enseñando en sus sinagogas. Él es el maestro. Vino a su querida aldea de Nazaret, donde fue concebido. Ahí creció y llegó a ser hombre. En su modesta casa de oración en la liturgia del sábado, comenzó su obra según la voluntad del Espíritu, con la certeza que la Escritura contiene la Palabra de Dios.

Jesús, nacido bajo la ley, se amoldó al ritual; y al igual que todo judío pidió autorización al jefe de la sinagoga, para hacer la lectura, inclinó su cabeza al recibir el rollo del profeta Isaías y, encontró un pasaje, en el cual vislumbró el que sería el programa de su vida. ¡Un texto magnífico!

Fue a Nazaret, donde se había criado, entró en la sinagoga,como era su costumbre los sábados, y se puso en pie para hacer la lectura. Le entregaron el rollo del profeta Isaías y, desenrollándolo, encontró el pasaje donde estaba escrito: «El Espíritu del Señor está sobre mí, porque él me ha ungido. Me ha enviado a evangelizar a los pobres, a proclamar a los cautivos la libertad, y a los ciegos, la vista; a poner en libertad a los oprimidos; a proclamar el año de gracia del Señor». Y, enrollando el rollo y devolviéndolo al que lo ayudaba, se sentó. Toda la sinagoga tenía los ojos clavados en él. Y él comenzó a decirles: «Hoy se ha cumplido esta Escritura que acabáis de oír». Y todos le expresaban su aprobación y se admiraban de las palabras de gracia que salían de su boca.

[…]

Lucas 4,16-30

Abba, ha sido un día muy intenso. Solo en ti descansa mi alma, de ti viene mi esperanza. Por experiencia sé que detrás de cada noche viene una aurora sonriente. Permanecer en oración contigo constituye mi esencia más íntima. Tú eres un Dios que tiene corazón, amas con amor eterno, como nos ha revelado el profeta.

Lo más profundo y rico de ti, Abba, es tu bondad, reflejo de tu misericordia.

Yo te amo con todo mi corazón, con toda mi alma, con todo mi entendimiento y con todas mis fuerzas, Abba. Me deleito en tu bondad. Al leer el Libro Santo, en un divino relámpago de verdad, comprendí que habías enviado al profeta a anunciar a mis hermanos desterrados que vendrías a visitarlos pronto, y confirmé mi vocación: difundir la esperanza del Evangelio a los pobres, a los cautivos, a los ciegos y a los oprimidos.

Ungido por el Espíritu divino empiezo una nueva fase de mi vida, Abba. Sin cesar un solo instante de interrogarme, he descubierto que la actuación del Espíritu es la estrella que alumbra mis senderos.

¡Estoy dispuesto, Abba, a correr detrás de ella!

La dirección decisiva de mi destino me impulsa a anunciar con audacia la Buena Nueva, Abba, un mensaje que trae esperanza y dignidad, en particular a tantos que no cuentan con lo necesario para una vida plenamente humana.

¡Misericordia quieres y no sacrificio!, Abba. Estas palabras resuenan en mi alma desde que era un jovenzuelo, cuando intuí que la relación que tiene contigo una persona no era por cómo hablaba de ti, Abba, sino por cómo trataba a sus hermanos.

Abba, cada sábado el encargado permitía a mi papá acercarse a los rollos santos. Él los besaba con reverente piedad. Revolviendo recuerdos me veo recostar mi cabecita en su pecho. En un arrebato espontáneo me abrazó y besó mi frente con la misma reverente piedad que a los rollos santos. En ese instante eterno sentí resplandecer mi ser con la sacralidad intrínseca de los colores del misterio.

Sí, era un hombre sencillo, con la gloria de los humildes, convencido que la vida es bella y merece vivirse. Era sensible a las notas de tu divina sinfonía: la justicia. Y la justicia no la asumía, Abba, como muchos escribas. Su justicia, en una palabra, era amor. El sentimiento dominante hacia él, que habita mi ser desde la infancia, está impregnado de un enorme agradecimiento, querido Abba.

Afirmé con profunda seriedad y gravedad que hoy se cumplió, Abba, esta Escritura en los oídos de aquellos entre los que crecí, jugué y trabajé. Por más de treinta años transcurrió mi vida entre ellos. Se asombraron de mi afirmación, pero no les bastó, querían que realizara las curaciones que se decía había hecho en Cafarnaún. Quedé sorprendido por su reacción imprevista.

¡Un giro desconcertante!, Abba.

Me miraron, Abba, con recelo. Para ellos sigo siendo solo el hijo de José. Amplié el horizonte de mi misión, recordándoles aquel dicho que dice que ningún profeta es bien acogido en su pueblo, hasta terminar evocando a los profetas Elías y Eliseo que salvaron también a algunos paganos.

Abba, sentí que un sudor frío me corría por la espalda. La reacción de los que me conocían me parece
inaudita, querían despeñarme, pero cuando me di cuenta, ya los había dejado atrás. Agacho mi cabeza ante ti, Abba, en profunda oración y, retenidas lágrimas inundan mi corazón al pensar en la inmensa pena que todo ello va a causar a mi madre.

Abba, el texto de Isaías no lo hallé por casualidad en la casa de oración, en la liturgia del sábado, sino bajo la guía del Espíritu, con el que estoy ungido. Ahora, te confieso que es la tarea por la que siento me has enviado, confirmándome que sueño con tus propios sueños.

Apuntes para la Oración Vol.3
Dicasterio para la evangelización

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