SAN AGUSTÍN (siglo IV)

«Dios prometió la divinidad a los hombres, la inmortalidad a los mortales, la justificación a los pecadores, la glorificación a criaturas despreciables.
Sin embargo, hermanos, como a los hombres les parecía increíble la promesa de Dios de sacarlos de su condición mortal -de corrupción, bajeza, debilidad, polvo y ceniza, no sólo firmó una alianza con los hombres para moverlos a creer, sino que también estableció un mediador como garante de su fidelidad; y no estableció como mediador a cualquier príncipe o a un ángel o arcángel, sino a su Hijo único.
Y por él nos mostró el camino que nos conduciría hacia el fin prometido.
Pero no bastó a Dios indicarnos el camino por medio de su Hijo: quiso que Él mismo fuera el camino, para que, bajo su dirección, tú caminaras por él.
Por tanto, el Hijo único de Dios tenía que venir a los hombres, tenía que hacerse hombre y, en su condición de hombre, tenía que morir, resucitar, subir al cielo, sentarse a la derecha del Padre y cumplir todas sus promesas en favor de las naciones.
Y, después del cumplimiento de estas promesas, cumplirá también la promesa de venir otra vez para pedir cuentas de sus dones, para separar a los que se hicieron merecedores de su misericordia, para castigar a los impíos, conforme lo había amenazado, y para recompensar a los justos, según lo había prometido».

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