SAN IRENEO (siglo II)
El Hijo de Dios se sometió a una existencia semejante a la de la carne de pecado para condenar el pecado y, una vez condenado, expulsarlo fuera de la carne. Asumió la carne para incitar al hombre a hacerse semejante a él y para proponerle a Dios como modelo a quien imitar. Le impuso la obediencia al Padre para que llegara a ver a Dios, dándole así el poder de alcanzar al Padre.
Por eso, pues, aquel que es la señal de nuestra salvación, el Emmanuel nacido de la Virgen, nos fue dado por el mismo Dios, porque era el mismo Señor quien salvaba a los que por sí mismos no podían alcanzar la salvación; ya que nuestra salvación no proviene de nosotros, sino de Dios.
Isaías dice: Fortaleced las manos débiles, robusteced las rodillas vacilantes; decid a los cobardes de corazón: «Sed fuertes, no temáis.» Mirad a vuestro Dios que trae el desquite, viene en persona y os salvará». Esto lo dice para significar que por nosotros mismos no podemos alcanzar la salvación, sino que ésta es consecuencia de la ayuda de Dios.