En el infierno del campo de concentración, el P. Maximiliano Kolbe supo crear pequeños rincones de paraíso, para saber soportar la crueldad y consolar a sus compañeros de prisión. Cuando uno de ellos logró escapar, se desencadenó la represalia nazi, que encerró a 10 internos para que murieran en el búnker del hambre, y el padre Kolbe, que decía ser sacerdote católico, se ofreció a ocupar el lugar de un padre de familia polaco, Franciszek Gajowniczek, un hombre que hasta sus últimos días, en 1995, no dejó de relatar la enormidad del gesto que le salvó la vida. El padre Maximiliano duró 14 días en el búnker, luego fue rematado con una inyección de fenol y llevado al crematorio la víspera de la fiesta de la Asunción. El testamento del caballero y príncipe son sus últimas palabras: «El odio es inútil, sólo el amor crea».