EL FIN SERÁ EL COMIENZO

Síntesis de la primera Meditación del Predicador de la Casa Pontificia, fray Roberto Pasolini, con la que se abrieron los Ejercicios Espirituales para el Papa y la Curia Romana. (Vatican News)

La fe de la Iglesia, fundada en la resurrección de Cristo, ha ofrecido siempre al mundo la esperanza de una vida más allá de la muerte. Sin embargo, con el paso del tiempo, esta promesa se ha difuminado y hoy no es tanto contestada como ignorada. Frente a esta indiferencia, los creyentes están llamados a redescubrir el valor y la belleza de la vida eterna, a devolverle su auténtico sentido. Esta tarea es aún más urgente en este año santo del Jubileo y en el momento de profundo sufrimiento que atraviesa el Santo Padre.

El itinerario de ejercicios espirituales sobre el tema de la vida eterna que queremos emprender encuentra su fundamento en la revelación cristiana. Lo iniciamos extrayendo algunas formulaciones sintéticas del Catecismo de la Iglesia Católica (CIC), que ofrece una síntesis accesible del pensamiento teológico. El CIC presenta la muerte no como un fin, sino como un paso a la vida eterna, en comunión con Cristo. Este concepto hunde sus raíces en la Epístola a los Romanos, donde San Pablo afirma que, mediante el bautismo, nos unimos a la muerte y resurrección de Cristo, accediendo así a la vida nueva.

La muerte, según el Catecismo, es el momento en que se hace el juicio particular, evaluando la aceptación o el rechazo de la gracia de Dios. Sin embargo, la salvación no sólo está reservada a quienes han conocido formalmente a Cristo: el Concilio Vaticano II reconoce que quienes siguen su conciencia en una búsqueda sincera de Dios pueden acceder a la vida eterna. El CIC subraya que el juicio final no se basa en meros actos exteriores, sino en el amor vivido, haciéndose eco del pensamiento de San Juan de la Cruz: «En la tarde de la vida, seremos juzgados por el amor».

El destino último del hombre se divide en tres posibilidades: el paraíso, la condenación eterna (infierno) y la purificación final (purgatorio). El paraíso representa la plena realización del ser humano, una comunión eterna con Cristo en la que cada persona encuentra su verdadera identidad. El infierno, en cambio, se describe como la separación definitiva de Dios, pero la Iglesia nunca ha afirmado con certeza que nadie esté condenado allí. El purgatorio, por último, se considera un proceso de purificación para aquellos que, aunque en gracia de Dios, aún no están preparados para el cielo. Y quizá en este último «destino» se encuentre la originalidad de la revelación cristiana. La posibilidad de un último «momento» de purificación es la oportunidad de reconciliarse hasta el final con el amor infinito de Dios.

La reflexión de la Iglesia sobre la eternidad de la vida no pretende generar miedo, sino alimentar la esperanza, subrayando que nuestro destino depende de la libertad con que elijamos vivir en el amor. La verdadera purificación no consiste en llegar a ser perfectos, sino en aceptarnos plenamente a la luz del amor de Dios, superando la ilusión de que tenemos que ser «otros» para merecer la salvación.

A menudo nos obsesiona tener que ser perfectos, pero el Evangelio nos enseña que la verdadera «imperfección» no es la fragilidad, sino la falta de amor. El purgatorio puede verse como la última oportunidad para liberarnos del miedo a no ser suficientes, para aceptar con serenidad lo que somos, haciendo de él un lugar de relación y comunión con los demás. El purgatorio puede entenderse como el «momento» en que por fin dejamos de querer demostrar algo a Dios y simplemente nos dejamos amar. La eternidad, por tanto, no es sólo un premio futuro, sino una realidad que comienza aquí, en la medida en que aprendemos a vivir en el amor y la comunión con Cristo. Al final, nuestro destino no está escrito en el miedo, sino en la esperanza. La muerte no es una derrota, sino el momento en que por fin veremos el rostro de Dios y descubriremos que el final… era sólo el principio.

«El secará todas sus lágrimas, y no habrá más muerte, ni pena, ni queja, ni dolor, porque todo lo de antes pasó» (Apoc. 21,4)

LAS HERMANAS DEJESÚS POBRE, NOPODEMO SER INDIFERENTES AL SUFRIMIENTO DE LOS  HERMANOS Y HERMANAS QUE SUFREN, COMO JESÚS NOS ENSEÑA A CADA INSTANTE.

REFLEXIÓN DE LA PALABRA DE ESTE FIN DE SEMANA

P. Ricardo – 22/6/2025

REFLEXIONES VARIAS

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I SÍNODO ARQUIDIOCESANO – DOCUMENTO FINAL

3 MINUTOS DE RETIRO

MENSAJES DIARIOS DEL PAPA LEÓN XIV

22/6/2025

Cristo es la respuesta de Dios al hambre del hombre, porque su cuerpo es el pan de la vida eterna. Cuando nos alimentamos de Jesús, pan vivo y verdadero, vivimos para Él. Ofreciéndose sin reservas, el Crucificado Resucitado se entrega a nosotros, y de este modo descubrimos que hemos sido hechos para nutrirnos de Dios.

La guerra no resuelve los problemas, sino que los amplifica y produce heridas profundas en la historia de los pueblos, que tardan generaciones en cicatrizar. Ninguna victoria armada podrá compensar el dolor de las madres, el miedo de los niños, el futuro robado. ¡Que la diplomacia haga callar las armas! ¡Que las naciones tracen su futuro con obras de paz, no con la violencia ni conflictos sangrientos!

Hoy más que nunca, la humanidad clama y pide la paz. Es un grito que exige responsabilidad y razón, y no debe ser sofocado por el estruendo de las armas ni por las palabras retóricas que incitan al conflicto. Todo miembro de la comunidad internacional tiene la responsabilidad moral de detener la tragedia de la guerra, antes de que se convierta en una vorágine irreparable. No existen conflictos “lejanos” cuando está en juego la dignidad humana.

Continúan llegando noticias alarmantes desde Oriente Medio, sobre todo desde Irán. En este escenario dramático, que incluye a Israel y Palestina, corre el riesgo de caer en el olvido el sufrimiento diario de la población, especialmente de Gaza y los demás territorios, donde la necesidad de una ayuda humanitaria adecuada es cada vez más urgente.

En la Eucaristía el Señor acoge, santifica y bendice el pan y el vino que ponemos en el altar, junto con la ofrenda de nuestra vida, y los transforma en el Cuerpo y la Sangre de Cristo, sacrificio de amor para la salvación del mundo. Dios se une a nosotros acogiendo con alegría lo que le presentamos y nos invita a unirnos a Él recibiendo y compartiendo con igual alegría su don de amor.

En muchos países se celebra la solemnidad del Cuerpo y la Sangre de Cristo, el Corpus Domini, y el Evangelio De Hoy narra el milagro de los panes y los peces (Lc 9,11-17). Más allá del prodigio, el milagro es un “signo”, y nos recuerda que los dones de Dios, incluso los más pequeños, crecen más cuanto más se comparten.

INTENCIONES DEL PAPA

El Papa León XIV nos invita a profundizar nuestra relación personal con Jesús y a aprender de su Corazón la compasión por el mundo.