LAS BODAS DE CANÁ
Florentino Ulibarri (Conocer, gustar y vivir la Palabra)
1. Un signo lleno de simbolismo
Cuando los evangelios sinópticos hablan de los hechos prodigiosos de Jesús utilizan el vocablo griego «dynamis», que podríamos traducir por «acciones prodigiosas» o «milagros». El cuarto evangelio, en cambio, se refiere sistemáticamente a esos hechos prodigiosos con la palabra «semeion», cuyo significado es «signos» o «señales». Esto puede servirnos de pista para no reducir el hecho milagroso a un simple prodigio más o menos espectacular. El milagro es siempre un signo de Dios que libera al ser humano de la enfermedad, del miedo, de la tristeza, de la ceguera, de la lepra, de la opresión, de la muerte… En cada uno de los relatos evangélicos de los signos de Jesús hay que ver qué liberación dan, de qué son señal y qué actualización pueden tener para nosotros, y no darle tanta importancia al hecho de si pasó o no algo extraordinario. Juan ha reunido, en una sección que va del capítulo 2 al 12, siete signos con su consiguiente interpretación. Por eso, esa parte de su evangelio recibe la denominación de «Libro de los signos». La transformación del agua en vino, realizada por Jesús en Cana, es el primer signo narrado por el cuarto evangelista.
El episodio de Cana es de una gran riqueza para quien se adentra en la estructura e intención teológica del relato. Tomando pie de un hecho, una boda en un pueblo, Juan construye una narración llena de símbolos para transmitirnos uno de los mensajes centrales de su evangelio: la sustitución de la antigua alianza, fundada en la Ley mosaica, por la nueva, fundada en el amor leal (1,14-17). El signo realizado por Jesús es, a la vez, un milagro de epifanía: Dios se manifiesta definitivamente en Jesús. Esto se pone de manifiesto mediante el recurso a una serie de elementos simbólicos dentro de la historia narrada: la boda, la falta de vino, las tinajas vacías, el pueblo de Cana, el cambio de agua en vino…
El marco de la boda. En la tradición de Israel, sobre todo en los escritos de los profetas, las relaciones entre Dios y su pueblo se describen como unas relaciones matrimoniales. Esta boda anónima, donde ni el esposo ni la esposa tienen rostro ni voz, es figura de la antigua alianza fracasada. En ella, sin embargo, se presenta Jesús y anuncia el cambio de alianza, que tendrá lugar en «su hora».
La falta de vino. Elemento indispensable en las bodas y banquetes como señal de alegría, el vino es símbolo de amor entre el esposo y la esposa, tal como aparece en el Cantar de los Cantares. Es, además, símbolo del festín mesiánico (Is 25,6). El que se haya acabado significa la incapacidad de la antigua alianza, tal como se vive, para mantener la relación de amor entre Dios y su pueblo y para hacer presente la alegría mesiánica.
Las tinajas vacías. La descripción es minuciosa: se precisa su número (seis), el material de que estaban hechas (de piedra), su capacidad (de unos cien litros), su finalidad (destinadas a la purificación de los judíos). Ellas son símbolo de la antigua alianza que ya no da vida ni alegría, pues están vacías. El material del que están hechas hace referencia a las tablas de piedra en que fue escrita la Ley. El número seis insinúa su imperfección, pues es cifra incompleta por oposición al siete que indica totalidad y plenitud. Su capacidad muestra la dificultad de cambiarlas, de moverlas. Y la alusión a su finalidad expresa que los ritos de purificación, que dominaban la Ley antigua, ya no sirven, pues no alcanzan su objetivo de unir al hombre con Dios. Así pues, en esta boda está presente la Ley, simbolizada en las tinajas, pero es incapaz de dar la alegría y el amor; más bien trae y hace patente la tristeza.
El signo tiene lugar en Caná. El nombre «Cana» viene del verbo hebreo «Qanah», que significa «adquirir, crear». Es probable que Juan lo haya elegido para hacer alusión al «pueblo adquirido, creado por Dios» (Ex 15,16; Dt 32,6; Sal 72,4), sujeto de su alianza.
El cambio del agua en vino por Jesús. El agua hace referencia a las purificaciones que ordenaba la Ley. Eran tantas las prescripciones y la casuística, que la religión se centraba, para muchos, en el cumplimiento de normas externas. Esto termina con Jesús: él cambia el agua en vino. Y este vino, excepcional y abundantísimo, es símbolo de la fiesta, de los tiempos mesiánicos, del amor, de la presencia del Reino y del compartir.