El 6 de febrero de 1597, veintiséis cristianos fueron crucificados en Nagasaki (Japón). Entre ellos había misioneros jesuitas y franciscanos, de origen europeo, pero también religiosos japoneses como Pablo Miki y diecisiete laicos: catequistas, intérpretes, médicos e, incluso, niños. Dieron su vida como testimonio de su fe y su amor a Jesús y a María.

Antes de morir, reitera que sólo en Jesús hay salvación, invitando a todos a seguir con alegría a Cristo y a perdonar a los enemigos.

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