BEATO JUAN DA FIESOLE, SACERDOTE DOMINICO

“Quien hace las cosas de Cristo, debe vivir con Cristo siempre”. Esto repetía frecuentemente fray Juan da Fiesole, cuyo nombre como laico era Guido di Pietro, pero hoy es más conocido como el Beato Angélico. Una convicción del pintor era que toda acción humana debía estar orientada a Dios. También el arte de la pintura, que era el abundante carisma del cual gozaba, fue entendido por él como una expresión de la experiencia contemplativa, instrumento de alabanza y de elevación del corazón y de la mente a las realidades evangélicas. Nació en Vicchio del Mugello en Toscana a finales del siglo XIV, desde joven mostró una especial predisposición para el dibujo y la miniatura. Insistente se hizo en el ánimo del joven ese anhelo por lo bello, que en un primer momento lo había llevado a seguir su innato talento artístico, y que con el pasar de los años lo llevó a percibir una clara llamada a consagrar su vida a Dios mismo, a aquel que es la Belleza suma.

La pintura como oración

Junto a su hermano Benedicto entró al convento dominico de Fiesole: oración, estudio y austeridad afinaron su espíritu y el pincel de Fray Juan conduciéndolo a traducir en imágenes llenas de humanidad y misticismo el fruto de su oracion profundamente afectuosa y contemplativa. Pinturas de Crucifixiones, Vírgenes, Anunciaciones vibrantes de luz fueron expresiones de un alma que en simplicidad evangélica, a través de un humilde, disciplinado trabajo de taller, supo vivir con los pies sobre la tierra y con el corazón en el cielo. Se narra que pintaba en actitud de adoración por los misterios que representaba y no iniciaba jamás una pintura sin haber antes orado, conmoviéndose cuanto reproducía al Cristo en la cruz.

Síntesis entre Humanismo y fe

En el Angélico, así lo llamó por primera vez Fray Domingo da Corella en 1469, no hay más antítesis entre humanidad y divinidad, cuerpo y espíritu, fe y razón: la dulzura, la gracia, la bienaventuranza de las figuras nacidas sin titubeos de su pincel revelaban una perfecta unión entre humanismo y religiosidad. De hecho, Vasari escribió que “tenía por costumbre no retocar alguna pintura (…) pues pensaba que esa fuera la voluntad de Dios”. En el Beato Angélico se realizó una íntima síntesis entre el rigor de la perspectiva, la atención renacimental a la figura humana, y la tradición medieval que tenía entre sus postulados la función didáctica del arte y el valor místico de la luz. Testimonios de la pureza del arte de Juan de Fiesole son los frescos (1438 – 1445) en el convento de San Marcos en Florencia: evangelización y catequesis por imágenes, que, en grandeza natural inspiran una intensa y profunda contemplación de la Pasión y Muerte de Cristo. La fama de estas pinturas inspiró a Eugenio IV a llamar al dominico a pintar en el Vaticano una capilla en la antigua Basílica de San Pedro, luego destruida. Se narra también que el sucesor, Nicoló V no pudo contener las lágrimas, en 1449, al lado de los frescos con las historias de los santos Lorenzo y Esteban, encargados al fraile en la capilla privada del Palacio Apostólico. En Orvieto, en la Catedral, con Benozzo Gozzoli, Fray Angélico dejó testimonio de su arte en la cúpula de la Capilla de San Brizio.

Patrono de los artistas

Entre 1448 y 1450 fue nombrado prior de San Domingo en Fiesole, un rol que asumió con humildad y espíritu de servicio. “Si hubiera querido – recordaba todavía Vasari – hubiera podido vivir en modo muy próspero y haberse hecho rico gracias a su arte”, pero rechazó siempre el poder, la riqueza y la fama, incluso cuando, sin dudar un momento, rechazó la sede episcopal de Florencia que le propuso el Papa Parentucelli. Murió el 18 de febrero de 1455 en el convento de Santa María sopra Minerva en Roma. En la antigua Basílica se encuentran todavía sus restos mortales y son muchos los peregrinos que cada año van a orar ante su tumba. Fue san Juan Pablo II quien le concedió el culto litúrgico como “beato” el 2 de octubre de 1982. Así reconoció oficialmente su fama de santidad testimoniada durante muchos siglos. En 1984, el mismo Juan Pablo II lo proclamó Patrono Universal de los Artistas.

«La Palabra de Dios es vivas y eficaz» (Heb 4,12)

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