En la adoración, el cristiano está llamado a mostrarse a Dios con un corazón puro y humilde, reconociendo los propios límites de frente a la inmensidad divina. Este tipo de oración no requiere peticiones o súplicas, sino que es una expresión pura del alma que se dirige a Dios en gratitud y reverencia, de frente al Misterio Increado.