«Señor, enséñanos a orar» (Lc 11,1).
Esta petición, que reflexiona ciertamente en la conciencia de su límite y en la necesidad de una indicación también práctica respecto al modo de orar, esconde, en su interno, también una dimensión propia de cada persona: la necesidad de un maestro, de un guía que acompañe en las cosas más importantes de la vida.