También nosotros necesitamos volver al silencio que escucha, ese silencio que no es mudez, sino apertura. En ese silencio interior la Palabra de Dios puede echar raíces, transformar la vida y dar fruto abundante.
Cuando la Palabra nos toca por dentro, nos hace capaces de “nombrar” a las personas y a las cosas como Dios las nombra: con respeto, con amor, con esperanza. Entonces nuestras palabras se vuelven gestos de cuidado, de compasión, de compromiso por el bien de todos. Y así colaboramos con el cumplimiento de la esperanza que Dios ha sembrado en el corazón del mundo.
Que Juan Bautista siga despertando en nosotros el deseo de escuchar, de convertirnos y de abrir caminos para que el Señor encuentre un pueblo preparado.



