Juan y Jesús incomodan porque no negocian la verdad, porque no se acomodan al poder ni a la religión vacía. Los dirigentes no rechazan sólo a Juan: rechazan la visita de Dios que pasa delante de ellos.
Y este texto no habla sólo del ayer. El Dios del pasado es el Dios del presente y el Dios del futuro: el que vino, el que viene y el que vendrá. Dios no se limita a una fecha ni a un rito. Cada día, no sólo en la Eucaristía, sino a lo largo de la jornada, en los pequeños encuentros, en los gestos sencillos, en los acontecimientos inesperados, Dios sigue viniendo a nuestra vida.
La pregunta sigue siendo la misma:
¿Tenemos un corazón abierto o nos refugiamos en certezas que nos tranquilizan?
Porque Dios pasa, habla, llama… pero sólo lo reconoce quien está despierto y sabe leer la historia con ojos de fe.



