Si construimos nuestro proyecto personal o comunitario confiando únicamente en nuestras fuerzas, en instituciones humanas, en seguridades pasajeras o en doctrinas que nos cierran el corazón, tarde o temprano todo se quiebra. Las falsas seguridades —los mesianismos de turno, los entusiasmos fugaces, las promesas fáciles— terminan dejándonos vacíos. La Palabra nos lo advierte con fuerza: sólo Dios es roca eterna, sólo su Palabra escuchada y acogida como criterio de vida sostiene de verdad lo que intentamos construir.
Por eso, este tiempo es una invitación a volver al fundamento. A poner el corazón en aquello que no se mueve. A dejar que Dios sea la base firme de nuestra vida. A reconstruir, si es necesario, derribando lo que está apoyado en la arena. Porque la casa levantada sobre la Palabra no se desploma jamás: atraviesa la tormenta, resiste, se purifica… y permanece.




