La palabra profética de Jesús denuncia toda realidad que se cierra al mensaje de Dios. La condena de Jerusalén —como la de las ciudades del lago— es la señal de que toda sociedad que se construye al margen de Dios ya ha comenzado a destruirse por dentro.
Pero Jesús sabe que el rechazo humano no podrá detener el amor salvador de Dios. La historia de la salvación seguirá adelante por otros caminos. El ofrecimiento de la paz —esa paz que reúne todos los bienes y le da dignidad a la existencia— puede ser aceptado o rechazado. Y de esa respuesta depende la vida en plenitud.




