También nosotros buscamos a Dios desde nuestra fragilidad. Como Zaqueo, somos pequeños en el espíritu y necesitamos trepar a ese árbol que nos acerque a la mirada de Jesús. Y lo más grande es que Él insiste en quedarse en nuestra casa. No se escandaliza de nuestra pobreza: la busca para sanarla.
Saber que somos barro no debe llevarnos a la desesperación, sino a la esperanza. Podemos rompernos mil veces, pero siempre podemos volver a Él. Porque el Hijo del Hombre vino a buscar y a salvar lo que en nosotros parecía perdido. La presencia verdadera de Jesús en nuestra vida se reconoce cuando se vuelve amor servicial hacia los demás: dando de lo nuestro y dándonos nosotros mismos.




