El centro de la parábola es una insistencia que no se apaga, un clamor que no renuncia, una oración que no baja los brazos. Si un juez corrupto termina cediendo ante la perseverancia de una mujer indefensa, ¡cuánto más escuchará Dios, que es bueno, a quienes claman por justicia! Pero este clamor no es refugio ni evasión: pedir justicia a Dios es también trabajar por ella entre los hombres. La oración no reemplaza la lucha; la alienta, la limpia, la vuelve fecunda y resistente.
Lucas nos recuerda que Él toma partido por quienes son oprimidos y perseguidos por causa del Reino. La oración de la que habla Jesús es la súplica ardiente de quienes cargan con la injusticia; es ese clamor que sube día y noche creyendo que el Padre escucha aún en su aparente silencio.



