También hoy, Dios sigue recorriendo nuestras calles, buscando a los heridos, a los cansados, a los que ya no esperan nada. Nos llama a sentarnos en su mesa, no porque seamos perfectos, sino porque somos necesitados. La alegría del banquete será tan grande como nuestro asombro al descubrirnos invitados, amados y salvados a pesar de nuestras miserias.
El cristiano sabe que su regla de vida es la de Jesús: amar sirviendo y servir amando. La Iglesia, hecha de hombres y mujeres frágiles, participa del servicio de su Maestro. No presume de santidad; se reconoce salvada por pura gracia. Y cuando vive con humildad, cuando se arremanga para servir a los últimos, se hace signo profético del Reino que viene, y anticipa en la tierra la victoria pascual del amor que no excluye a nadie.



